Xochiti y Huitzilin se amaban desde pequeños, y su amor creció tan fuerte como el sol. Cada tarde, subian juntos a la montaña para ofrendar flores a Tonatiuh, el dios del sol. Un día, la guerra los separó y, tristemente, llegó la noticia de que Huitzilin habia caído en batalla. Cuando Xochiti lo supo, su corazón se rompió. Desesperada, subió a la cima de la montaña y le reclamó a Tonatiuh: "¡No puedo vivir sin él!" El sol, conmovido, extendió uno de sus rayos y acarició a Xochitl.
En ese instante, ella se transformó en una flor de colores tan intensos como los propios rayos del sol.
Y justo cuando la flor se abrió, Huitzilin llegó en forma de colibri posándose amorosamente en el centro de ella. Juntos, se unieron para siempre, y la flor desprendió un aroma intenso y misterioso...
Asi nació el Cempasúchil, la flor de los muertos, que nos recuerda el amor eterno y la conexión entre los mundos.